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Ikurriña - Monte Urgull - Arreglo Ya!!

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Joske

A veces creemos que los símbolos son cosas pequeñas. Un trapo. Un gesto. Un mástil en lo alto de un monte. Y, sin embargo, la historia nos demuestra justo lo contrario: los símbolos no solo representan la realidad, la crean.

La Ikurriña no es una bandera cualquiera. No es decoración urbana ni atrezzo turístico. En el País Vasco es un atajo mental hacia ideas muy profundas: identidad, continuidad, dignidad colectiva, pertenencia. Funciona como funcionan las grandes marcas: no explica nada, pero lo dice todo. No necesita un manual de instrucciones porque apela directamente a la emoción, no a la lógica.

Por eso, verla rota en lo alto del Monte Urgull no es un detalle menor. Es un error de percepción. Y los errores de percepción son siempre más graves que los errores materiales.

Urgull no es un monte cualquiera. Es un mirador simbólico sobre Donostia. Desde allí se observa la ciudad, pero también se la interpreta. Lo que se coloca en su cima no solo se ve: se lee. Y cuando lo que se lee es una Ikurriña desgarrada, el mensaje —aunque nadie lo haya querido enviar— es incómodo: descuido, desinterés, pérdida de orgullo o, peor aún, normalización de lo que no debería ser normal.

Aquí entra una verdad incómoda, la gente no reacciona a los hechos, reacciona a las señales.

Una bandera rota no dice “estamos esperando a mantenimiento”. Dice “esto no importa lo suficiente como para arreglarlo rápido”. Y cuando los visitantes suben a Urgull —personas que quizá pisan Donostia por primera vez— no están juzgando presupuestos ni procesos administrativos. Están construyendo una impresión emocional en segundos. Y esas impresiones, como bien sabemos, son extraordinariamente pegajosas.

Lo irónico es que arreglar una Ikurriña cuesta poco, pero no arreglarla cuesta mucho. Cuesta reputación. Cuesta relato. Cuesta coherencia entre lo que el País Vasco dice que es y lo que parece ser en ese momento concreto.

Las grandes culturas cuidan obsesivamente sus símbolos no por nostalgia, sino por inteligencia. Saben que los símbolos son economía emocional concentrada. Que un gesto pequeño, bien hecho, genera una confianza desproporcionada. Y que el abandono visible siempre se interpreta como abandono interior.

Que la Ikurriña lleve meses rota en Urgull no gusta. Y no debería gustar. Porque no va de tela ni de viento. Va de respeto. Va de mensaje. Va de entender que, en lo alto de ese monte, no ondea solo una bandera: ondea la idea que tenemos de nosotros mismos.

Y eso, sinceramente, merece un arreglo ya!!

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Fjs